VELATON EN USAQUÉN PARA RECORDAR A JOVEN BARRANQUILLERO ASESINADO POR ROBARLO.
La noche en Usaquén se encendió con velas, rabia y un silencio que cortaba el aire.
En la esquina donde hace apenas dos días asesinaron a Jean Claude Bossard, un joven administrador de 29 años, su familia y decenas de ciudadanos se reunieron para exigir justicia en un país donde, cada vez más, la muerte aparece disfrazada de atraco común.
Bossard fue baleado en plena avenida 19 con calle 108 cuando dos delincuentes en moto lo interceptaron para robarle su maleta. Uno de los atacantes, un menor de 16 años, le disparó a quemarropa en medio del forcejeo. El otro murió en un operativo policial. El adolescente fue capturado, aceptó cargos y quedó internado en un centro para menores.
Pero el dolor de un padre no cabe en un expediente judicial. Durante la velatón, con la voz rota y el corazón en la mano, lanzó un mensaje que retumbó entre los asistentes y rápidamente se volvió símbolo del caso:
“Un niño con un arma no es un niño. Es un asesino.”
Su reclamo no fue solo por Jean Claude: fue por todos los que caminan con miedo y terminan pagando con la vida. “No podemos seguir dándoles palmaditas en la espalda a los delincuentes”, dijo entre lágrimas. “Hoy fue mi hijo… mañana puede ser cualquiera”.
El padre también rechazó —con vehemencia— la narrativa que pretende normalizar estos crímenes bajo la idea de que “solo era un menor”: “¿Desde cuándo la edad es excusa para disparar y matar? Mi hijo no hizo nada malo. No lo mataron porque no se dejó robar. Lo mataron porque aquí la vida vale poco”.
Entre flores, fotos y el sonido tenue de las motos pasando a lo lejos, amigos describieron a Jean Claude como un joven trabajador, apasionado por las motos y soñador, alguien que tenía proyectos en marcha y planes para celebrar su cumpleaños número 30 este viernes… un día que ahora será su entierro.
El episodio volvió a encender el debate sobre la delincuencia juvenil, el porte de armas por menores y la laxitud de un sistema judicial que muchos sienten que castiga más a las víctimas que a los victimarios.
Bogotá amaneció de nuevo con un caso que duele, enfurece y deja esa sensación amarga de que la ciudad se nos está llenando de despedidas que nadie debería vivir.



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